El principal objetivo del papa Francisco en su reciente encíclica Laudato, Sí fue interpelar al mundo ante el Cambio Ambiental Global y, en especial, el Cambio Climático y el consiguiente calentamiento global que genera la actividad humana, tema excluyente de la inminente Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, COP 21 (21° Conferencia de las Partes) que tendrá lugar en París a partir del 30 de noviembre.
Representantes de más de 200 naciones definirán las acciones para dar respuesta al Cambio Climático que afecta al Planeta en lo que resta del siglo XXI y llegar a algún tipo de compromiso que comenzará a operar en 2020. La anterior, la Cumbre de Copenhague de 2009, a pesar de que había generado mayores expectativas que ahora, terminó en un rotundo fracaso. Básicamente, no hubo acuerdo entre los países desarrollados y los en vía de desarrollo sobre quién paga la cuenta de las acciones globales a seguir. Hoy, con un aumento de la temperatura media planetaria que ya alcanza 1,02 grados centígrados respecto a la era preindustrial de hace 200 años, el objetivo sigue siendo el mismo: que al 2100 dicho aumento de temperatura no supere los 2 grados centígrados respecto a los tiempos de la Revolución Industrial del siglo XVIII.
El aporte del Papa a esta relevante discusión de la comunidad internacional se centra en tres aspectos que no deberían ser soslayados:
Al sostener que “el clima es un bien común”, todas las naciones y agentes económicos deben dar cuenta de su accionar por el deterioro ambiental planetario al que hemos llegado, según su grado de responsabilidad. Es innegable, entonces, una deuda ecológica del Norte al Sur. El estilo de vida generalizado en ciertos países o sectores sociales de otros es incompatible con un Planeta finito que pertenece a todos los seres humanos presentes y por venir. La historia de la contaminación es la historia de la expoliación de los recursos naturales (y humanos, por la esclavitud…) del Sur y que posibilitó las condiciones materiales necesarias para el desarrollo industrial del Norte.
La encíclica plantea que son pobres los resultados hasta ahora de los intentos de acuerdos internacionales. Las acciones encaminadas a la adaptación y mitigación respecto a los efectos del Cambio Climático ayudan pero son insuficientes de acuerdo a la realidad. Se requiere un compromiso más efectivo y perentorio, Para ello, “es esencial lograr un consenso global para enfrentar problemas más profundos que no pueden ser resueltos por las medidas unilaterales de países individuales”, apunta el Papa. Si bien se requieren regulaciones gubernamentales para controlar el calentamiento global, es más importante aun la presencia de instituciones eficientes y organizadas con la potestad de sancionar a quienes incumplan las normas. En otras palabras, Francisco descree de las promesas de los países respecto a comprometerse a contaminar menos a futuro, tal como parece ser el camino elegido en la próxima reunión de París. De todas maneras, sostiene que las regulaciones por sí solas tampoco resolverán el problema. Se necesita un cambio de perspectiva ética global respecto a la naturaleza y su usufructo por parte de toda la humanidad. Y se permite denunciar que “muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico y político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir algunos impactos negativos del cambio climático”.
Finalmente, Francisco plantea que es riesgoso y cuestionable confiar plenamente en que el conocimiento científico y tecnológico solucionará a futuro el problema del Cambio Climático. Los países en desarrollo están a merced de las naciones industrializadas que explotan sus recursos para alimentar su producción y consumo, una relación que el Papa calificó como “estructuralmente perversa”. Con el mero crecimiento económico, sin más, no se resolverá el hambre, la pobreza ni se recuperará el ambiente. Pensar así es poseer “un concepto mágico del mercado”. El problema ambiental en general, los recursos naturales limitados y las consecuencias del Cambio Climático no tienen que ver principalmente con la cantidad de población mundial o de ciertos países sino en el consumo concentrado y exacerbado de una minoría. “Consumismo inmoral” lo llama Francisco. Se calcula que solo 500 millones de los 7.300 millones de la población mundial, son responsables del 50% de la contaminación planetaria. De hecho, alrededor del 70% de las emisiones acumuladas de dióxido de carbono (CO2) en los últimos 50 años se deben al consumo excesivo de energía en los países industrializados. Se trata por lo tanto de limitar al máximo el uso de recursos naturales no renovables, garantizando su acceso a todos tanto intra como intergeneracionalmente y se advierte que “la tecnología basada en combustibles fósiles muy contaminantes – sobre todo el carbón, pero aún el petróleo y, en menor medida, el gas – necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora”. Y para ello, no se puede absolutizar la propiedad privada de los bienes; se debe propender al acceso universal de los mismos, en la mejor tradición de la cosmovisión cristiana.
* Lic. en Economía y Dr. en Filosofía (UBA). Director Fundación de Estudios Avanzados de Buenos Aires (según Eurispes). Autor del libro “Economía, ética y ambiente” (EUDEBA)